De acuerdo a los nuevos lineamientos internacionales que referíamos en nuestra entrada del 4 de mayo, también España hace una semana decidió recortar su Ayuda Oficial al Desarrollo a países como Argentina, Brasil, México, Costa Rica, Venezuela, Panamá, Uruguay y Cuba.
Hasta la fecha, el gobierno ibérico había decidido seguir enviando ayuda al desarrollo para estos países, porque aunque fueran denominados “de renta media” debido al crecimiento de sus economías, mantenían desigualdades sociales con sectores de población en situación de vulnerabilidad. En Argentina, por ejemplo, la ayuda había sido de 100 millones de Euros durante los últimos 4 años. Pero, evidentemente, las razones de la solidaridad no pudieron con los drásticos recortes al presupuesto español originados por la crisis financiera internacional.
La situación es tan generalizada que, sólo para hacer un ejemplo, hace unos días también Holanda decidió recortar su ayuda de cooperación a Bolivia, vistas las mejoras en algunos de sus indicadores económicos.
En nuestro post de principios de mes intentamos brindar un primer análisis del fenómeno y reportamos las opiniones de algunas ONGs al respecto, incluyendo las nuestras. Es lógico, tal come expresa el Presidente Evo Morales, alegrarse por los avances sociales de los países latinoamericanos; de todos modos, sigue habiendo brechas, así que la reducción de ayudas disponibles no es una buena noticia para el mundo de la cooperación, ni para los que, como nosotros, buscan fondos (también) en el exterior para financiar sus acciones de desarrollo.
La tendencia de los “países donantes”, entonces, parece ser la de mantener ayudas para situaciones de desastres naturales o para contrarrestar las consecuencias del cambio climático; por otro lado, siguen de pie los programa de cooperación que implican el intercambio de expertos u otro tipo de ayuda en ámbitos como la educación, la ciencia y tecnología. Y no está demás aclarar que estos recortes afectan mucho más la cooperación entre Estados en comparación a la que nos interesa directamente a nosotros, es decir la que financia proyectos de la sociedad civil.
Sin embargo, cualquier situación, por más problemática que parezca, no debe impedirnos de vislumbrar todas las oportunidades que también abre. Probablemente, los que trabajamos con proyectos sociales y culturales tengamos que reforzar los circuitos nacionales de apoyo al desarrollo, aprovechando mejor las oportunidades que promueven los Estados e involucrando mayormente empresas e individuos en iniciativas de ayuda a los más vulnerables. Mientras que, al buscar fondos en el exterior, se tendrá que apuntar cada vez más a los vínculos directos con los donantes, en lugar de buscar financiadores de gran envergadura, pero relativamente anónimos en el trato y (¡vaya paradoja!) poco coherentes con un principio fundamental que ellos mismos exigen al momento de evaluar nuestras propuestas: no embarcarse en acciones cuya sustentabilidad en el tiempo no podamos asegurar.